TEXTO 1: EL MITO DE LA CAVERNA – PLATÓN - EDAD ANTIGUA
[514 a] Después de
eso -proseguí- compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su
falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una
morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta en toda su
extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello
encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos,
porque las cadenas [514b] les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y
más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el
fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un
tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan
delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
– Me lo imagino.
– Imagínate ahora
que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de
utensilios y [515 a] figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y
madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
– Extraña
comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
– Pero como
nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de
los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la
caverna que tienen frente a sí?
– [515 b] Claro que
no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
– ¿Y no sucede lo
mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
– Indudablemente.
– Pues entonces, si
dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos
que pasan y que ellos ven?
– Necesariamente.
– Y si la prisión
contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que
pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que
oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
– ¡Por Zeus que sí!
– [515 c] ¿Y que
los prisioneros no tendrán por real otra cosa que las sombras de los objetos
artificiales transportados?
– Es de toda
necesidad.
TEXTO 2: PROSLOGION DE SAN ANSELMO – CAPÍTULO II Y III - EDAD MEDIA
Así, pues, ¡oh Señor! , tú que das la
inteligencia de la fe, concédeme, en cuanto este conocimiento me puede ser
útil, el comprender que tú existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos.
Creemos que encima de ti no se puede concebir nada por el pensamiento. Se
trata, por consiguiente, de saber si tal Ser existe, porque el insensato ha
dicho en su corazón: No hay Dios(20). Pero cuando me oye decir que hay un ser
por encima del cual no se puede imaginar nada mayor, este mismo insensato
comprende lo que digo; el pensamiento está en su inteligencia, aunque no crea
que existe el objeto de este pensamiento. Porque una cosa es tener la idea de
un objeto cualquiera y otra creer en su existencia. Porque cuando el pintor
piensa de antemano en el cuadro que va a hacer, lo posee ciertamente en su
inteligencia, pero sabe que no existe aún. ya que todavía no lo ha ejecutado.
Cuando, por el contrario, lo tiene pintado, no solamente lo tiene en el
espíritu, pero sabe también que lo ha hecho. El insensato tiene que convenir en
que tiene en el espíritu la idea de un ser por encima del cual no se puede
imaginar ninguna otra cosa mayor, porque cuando oye enunciar este pensamiento,
lo comprende, y todo lo que se comprende está en la inteligencia: y sin duda
ninguna este objeto por encima del cual no se puede concebir nada mayor, no
existe en la inteligencia solamente, porque, si así fuera, se podría suponer,
por lo menos, que existe también en la realidad, nueva condición que haría a un
ser mayor que aquel que no tiene existencia más que en el puro y simple
pensamiento. Por consiguiente, si este objeto por encima del cual no hay nada
mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin embargo, tal que
habría algo por encima de él, conclusión que no sería legítima. Existe, por consiguiente,
de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en
el pensamiento ni en la realidad.
Lo que acabamos de decir es tan cierto, que
no se puede imaginar que Dios no exista. Porque se puede concebir un ser tal
que no pueda ser pensado como no existente en la realidad, y que, por
consiguiente, es mayor que aquel cuya idea no implica necesariamente la
existencia. Por lo cual, si el ser por encima del cual nada mayor se puede
imaginar puede ser considerado como no existente, síguese que este ser que no
tenía igual, ya no es aquel por encima del cual no se puede concebir cosa
mayor, conclusión necesariamente contradictoria. Existe, por tanto,
verdaderamente un ser por encima del cual no podemos levantar otro, y de tal manera
que no se le puede siquiera pensar como no existente; este ser eres tú, ¡oh
Dios, Señor nuestro!
Existes, pues, ¡oh Señor, Dios mío! , y tan
verdaderamente, que no es siquiera posible pensarte como no existente, y con
razón. Porque si una inteligencia pudiese concebir algo que fuese mejor que tú,
la criatura se elevaría por encima del Creador y vendría a ser su juez, lo que
es absurdo. Por lo demás, todo, excepto tú, puede por el pensamiento ser
supuesto no existir. A ti solo, entre todos, pertenece la cualidad de existir
verdaderamente y en el más alto grado. Todo lo que no es tú, no posee más que
una realidad inferior y no ha recibido el ser más que en menor grado. ¿Por qué
entonces el insensato ha dicho en su corazón: No hay Dios, cuando es tan fácil
a un alma racional comprender que existes más realmente que todas las cosas?
Precisamente porque es insensato y sin inteligencia.
TEXTO 3: DISCURSO DEL MÉTODO (FRAGMENTO) CUARTA PARTE - EDAD MODERNA
No sé si debo hablaros de las primeras
meditaciones que hice allí, pues son tan metafísicas y tan fuera de lo común,
que quizá no gusten a todo el mundo (30). Sin embargo, para que se pueda
apreciar si los fundamentos que he tomado son bastante firmes, me veo en cierta
manera obligado a decir algo de esas reflexiones. Tiempo ha que había advertido
que, en lo tocante a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que
sabemos muy inciertas, como si fueran indudables, y esto se ha dicho ya en la
parte anterior; pero, deseando yo en esta ocasión ocuparme tan sólo de indagar
la verdad, pensé que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente
falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si,
después de hecho esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente
indudable. Así, puesto que los sentidos nos engañan, a las veces, quise suponer
que no hay cosa alguna que sea tal y como ellos nos la presentan en la
imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun acerca de los
más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos, juzgué que yo estaba
tan expuesto al error como otro cualquiera, y rechacé como falsas todas las
razones que anteriormente había tenido por demostrativas; y, en fin,
considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos
pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea
verdadero, resolví fingir que todas las cosas, que hasta entonces habían
entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso,
era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta
verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla,
juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la
filosofía que andaba buscando.
Examiné después atentamente lo que yo era,
y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni
lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que
yo no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad
de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras
que, con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado fuese
verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo
era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita,
para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que
este yo, es decir, el alma, por la cual yo soy lo que soy, es enteramente
distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo
no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.
Después de esto, consideré, en general, lo
que se requiere en una proposición para que sea verdadera y cierta; pues ya que
acababa de hallar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en
qué consiste esa certeza. Y habiendo notado que en la proposición: «yo pienso,
luego soy», no hay nada que me asegure que digo verdad, sino que veo muy
claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla
general: que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; pero que sólo hay alguna dificultad en notar cuáles son las que
concebimos distintamente.
Después de lo cual, hube de reflexionar
que, puesto que yo dudaba, no era mi ser enteramente perfecto, pues veía
claramente que hay más perfección en conocer que en dudar; y se me ocurrió
entonces indagar por dónde había yo aprendido a pensar en algo más perfecto que
yo; y conocí evidentemente que debía de ser por alguna naturaleza que fuese
efectivamente más perfecta. En lo que se refiere a los pensamientos, que en mí
estaban, de varias cosas exteriores a mí, como son el cielo, la tierra, la luz,
el calor y otros muchos, no me preocupaba mucho el saber de dónde procedían,
porque, no viendo en esas cosas nada que me pareciese hacerlas superiores a mí,
podía creer que, si eran verdaderas, eran unas dependencias de mi naturaleza,
en cuanto que ésta posee alguna perfección, y si no lo eran, procedían de la
nada, es decir, estaban en mí, porque hay en mí algún defecto. Pero no podía
suceder otro tanto con la idea de un ser más perfecto que mi ser; pues era cosa
manifiestamente imposible que la tal idea procediese de la nada; y como no hay
menor repugnancia en pensar que lo más perfecto sea consecuencia y dependencia
de lo menos perfecto, que en pensar que de nada provenga algo, no podía tampoco
proceder de mí mismo; de suerte que sólo quedaba que hubiese sido puesta en mí
por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo soy, y poseedora
inclusive de todas las perfecciones de que yo pudiera tener idea; esto es, para
explicarlo en una palabra, por Dios. A esto añadí que, supuesto que yo conocía
algunas perfecciones que me faltaban, no era yo el único ser que existiese
(aquí, si lo permitís, haré uso libremente de los términos de la escuela), sino
que era absolutamente necesario que hubiese algún otro ser más perfecto de
quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto yo poseía; pues si
yo fuera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte que de mí
mismo procediese lo poco en que participaba del ser perfecto, hubiera podido
tener por mí mismo también, por idéntica razón, todo lo demás que yo sabía
faltarme, y ser, por lo tanto, yo infinito, eterno, inmutable, omnisciente,
omnipotente, y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía advertir en
Dios. Pues, en virtud de los razonamientos que acabo de hacer, para conocer la
naturaleza de Dios hasta donde la mía es capaz de conocerla, bastábame
considerar todas las cosas de que hallara en mí mismo alguna idea y ver si era
o no perfección el poseerlas; y estaba seguro de que ninguna de las que
indicaban alguna imperfección está en Dios, pero todas las demás sí están en
él; así veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y otras cosas semejantes
no pueden estar en Dios, puesto que mucho me holgara yo de verme libre de
ellas. Además, tenía yo ideas de varias cosas sensibles y corporales; pues aun
suponiendo que soñaba y que todo cuanto veía e imaginaba era falso, no podía
negar, sin embargo, que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento.
Mas habiendo ya conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es
distinta de la corporal, y considerando que toda composición denota
dependencia, y que la dependencia es manifiestamente un defecto, juzgaba por
ello que no podía ser una perfección en Dios el componerse de esas dos
naturalezas, y que, por consiguiente, Dios no era compuesto; en cambio, si en
el mundo había cuerpos, o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no
fuesen del todo perfectas, su ser debía depender del poder divino, hasta el
punto de no poder subsistir sin él un solo instante.
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